
Durante mis 15 años en Francia, primero en Lyon y luego en París, pude observar de cerca la disputa constante entre dos visiones radicalmente opuestas de la libertad: la libertad republicana, nacida de la Revolución Francesa, y la libertad neoliberal, que intenta imponer el mercado como única regla de juego.
A diferencia de América Latina, donde el neoliberalismo ha logrado desmantelar gran parte del Estado y consolidarse como el paradigma dominante, en Francia su avance ha sido frenado por una concepción intelectual de la libertad que no se limita a la competencia económica, sino que se pone al servicio de la emancipación humana.
Desde Jean-Jacques Rousseau hasta Michel Foucault, pasando por Voltaire y Étienne de La Boétie, la tradición filosófica francesa ha defendido una libertad que no es solo individualismo, sino un compromiso colectivo con la justicia, la igualdad y la dignidad humana. En contraposición, figuras como Javier Milei y los fanáticos del mercado han promovido una visión simplista en la que la libertad se reduce a la ausencia de Estado y la desregulación total.
Pero la pregunta sigue en pie: ¿qué es realmente la libertad? ¿Para quién debe existir? ¿Y para qué sirve?
La disputa en Francia: la libertad republicana vs. la libertad neoliberal
Lyon, la ciudad donde inicié mi formación, es un lugar con una fuerte tradición política e intelectual. Allí, vi cómo la libertad no se entiende como una mera cuestión económica, sino como un derecho social garantizado por la comunidad. Esta visión, profundamente republicana, se basa en la idea de que nadie puede ser libre si las condiciones materiales no están aseguradas.
Cuando me trasladé a París, la capital del pensamiento ilustrado y revolucionario, la disputa entre estas dos visiones de la libertad se hacía aún más evidente. La élite financiera y los defensores del neoliberalismo han intentado, una y otra vez, imponer su modelo de mercado sin restricciones, pero siempre han sido detenidos por una conciencia intelectual que defiende la libertad como un bien colectivo, no como un privilegio de los poderosos.
Mientras en Chile logró y en Argentina la doctrina de Milton Friedman y la Escuela de Chicago está desmantelando derechos básicos, en Francia el modelo de Estado social ha resistido, precisamente porque existe una memoria histórica que vincula la libertad con la justicia y no con la mercantilización de la vida.
La libertad de Milei vs. la libertad de los intelectuales
Javier Milei, los hermanos Kaiser y los libertarios radicales han convertido la libertad en un fetiche del mercado. Según ellos, ser libre significa poder comprar y vender sin ninguna intervención estatal, sin regulaciones que «limiten» la acción de los individuos. En su visión, el Estado es el enemigo, la planificación es una amenaza y la única forma de progreso es la competencia sin restricciones.
Sin embargo, esta concepción de la libertad es profundamente errónea. Jean-Jacques Rousseau ya advertía en El contrato social que la verdadera libertad no es la simple ausencia de normas, sino la capacidad de una sociedad para establecer reglas justas que garanticen la igualdad de oportunidades. Sin justicia, no hay libertad, solo dominio de los más poderosos sobre los más débiles.
Por su parte, Michel Foucault mostró cómo la idea de libertad en el neoliberalismo es una construcción ideológica que busca disciplinar a las personas para que se autoexploten bajo la lógica del mercado. En su análisis, la «libertad» del neoliberalismo no libera, sino que somete al individuo a un sistema de control disfrazado de autonomía.
Voltaire, con su énfasis en la razón y el pensamiento crítico, defendía una libertad que iba de la mano con el conocimiento y el debate. No hay libertad en sociedades donde la ignorancia es fomentada o donde las personas no pueden acceder a información veraz y educación de calidad.
Por otro lado, Étienne de La Boétie, en su obra Discurso sobre la servidumbre voluntaria, advirtió sobre la paradoja de los sistemas que oprimen en nombre de la libertad. En su visión, las sociedades muchas veces aceptan la dominación bajo la falsa promesa de orden y estabilidad. Milei y los libertarios modernos representan justamente esta trampa: venden la ilusión de libertad mientras consolidan un sistema donde los más poderosos siguen acumulando privilegios y los ciudadanos terminan sometidos a su lógica.
La diferencia es clara: los intelectuales que han reflexionado sobre la libertad entienden que esta no puede existir sin justicia, sin educación, sin seguridad económica. En cambio, la visión de Milei y los libertarios solo garantiza la «libertad» de los poderosos para explotar a los débiles sin restricciones.
Salud: derecho garantizado o privilegio de los poderosos
Uno de los ámbitos donde esta distorsión de la libertad es más evidente es el de la salud. Para los fanáticos del mercado, la salud es un bien de consumo, un servicio que debe estar sujeto a las reglas de la oferta y la demanda. Su «libertad» consiste en que cada persona pague por la atención médica que pueda costear, sin que el Estado intervenga.
Pero, ¿qué clase de libertad es aquella donde solo los ricos pueden asegurarse atención médica de calidad, mientras los más vulnerables quedan a la deriva? No hay verdadera libertad si enfermarse significa quedar endeudado de por vida o recibir una atención deficiente por no poder pagar un hospital privado.
Francia me enseñó que la salud no es un privilegio, sino un derecho garantizado por el Estado. En el sistema francés, todas las personas tienen acceso a atención médica de calidad, sin importar su nivel de ingresos. Esto no significa un Estado paternalista ni un sistema ineficiente, sino una organización racional que entiende que la salud es un pilar fundamental de la libertad.
Milei y los libertarios proponen un modelo donde los hospitales públicos desaparecen y donde la salud se privatiza por completo. En esta visión, quien puede pagar sobrevive; quien no, simplemente no importa. ¿Es eso libertad? No. Es selección por riqueza, no por mérito ni por esfuerzo.
La izquierda corrompida y el uso del Estado como privilegio
Si bien el libertarismo económico es una amenaza para la libertad real, también es necesario reconocer que la izquierda ha cometido graves errores en el uso del Estado. En muchas partes del mundo, la izquierda ha pasado de ser un movimiento de justicia social a una maquinaria burocrática que se aferra al poder no para garantizar derechos, sino para garantizar privilegios para sus dirigentes.
En América Latina, hemos visto cómo sectores de la izquierda han convertido el Estado en un botín político, donde el ideal de la libertad y la justicia social se ha visto opacado por la corrupción, el nepotismo y la complacencia con estructuras de poder que solo benefician a una élite política.
No se puede defender un Estado que protege a burócratas privilegiados mientras deja abandonadas a las pequeñas y medianas empresas, que asfixia la innovación con regulaciones ineficientes o que impone impuestos desproporcionados a emprendedores que generan empleo. La izquierda que traiciona su propio ideal de justicia y solo busca su «buen vivir» dentro de las estructuras estatales es una izquierda que ha dejado de ser una alternativa real para las mayorías.
Si el Estado debe existir para garantizar la verdadera libertad —la que permite a todos desarrollarse plenamente—, no puede ser capturado por una casta política que vive de sus privilegios sin aportar a la sociedad.
Libertad real para todos
La libertad no es solo un concepto abstracto, ni una bandera que puede ser utilizada por fanáticos de un lado u otro del espectro político. No se trata de eliminar el Estado ni de burocratizarlo, sino de construir una sociedad donde la libertad sea un derecho efectivo, no un privilegio.
Milei y los libertarios han vaciado de contenido la palabra libertad, convirtiéndola en una excusa para justificar la desigualdad. La izquierda, en muchos casos, ha traicionado sus ideales al utilizar el Estado para el beneficio de unos pocos en lugar de garantizar derechos para todos.
Francia me mostró que la libertad republicana, la que garantiza derechos y justicia, es la única libertad que realmente emancipa. La otra, la libertad del mercado sin control, no es más que una nueva forma de dominación disfrazada de autonomía.
La pregunta sigue abierta: ¿queremos una libertad para la humanidad o una libertad que solo sirva a los intereses de unos pocos? El futuro de nuestras sociedades depende de cómo respondamos a esta pregunta.