
La ultraderecha no siempre golpea con gritos o furia. A veces se expresa con voz suave, discurso técnico y apariencia de orden. En Argentina, Javier Milei representa el rostro más ruidoso del autoritarismo neoliberal. En Chile, José Antonio Kast es su reflejo templado. Pero ¿es menos peligroso por hablar con calma? No. Su proyecto, aunque distinto en forma, es igual de radical y amenaza con retroceder décadas de avances democráticos y sociales.
Ambos líderes comparten una visión del mundo donde el Estado debe retirarse, los derechos sociales limitarse y la autoridad imponerse sobre la pluralidad. Ambos desprecian los derechos humanos, atacan los movimientos sociales y glorifican un pasado autoritario. Para Umberto Eco, estas son señales del “fascismo eterno”: una ideología que se adapta a cada época, pero que siempre se articula sobre el miedo, la tradición rígida y la represión del disenso.
Javier Milei ya ejerce el poder. José Antonio Kast aún no. Pero eso no hace menos relevante su amenaza. En entrevistas, Kast ha sugerido gobernar por decreto y ha relativizado la importancia del Congreso. Sin embargo, fue diputado durante 16 años, el que más faltó a las sesiones y sin haber liderado ninguna ley significativa. Aunque proclama “menos Estado”, recibió del Estado más de 1.400 millones de pesos en asignaciones. Sus empresas, además, están vinculadas a paraísos fiscales como Panamá.
Además, Kast no actúa solo. Está rodeado de figuras cuyas trayectorias son alarmantes. Su jefe programático en economía, Jorge Quiroz, estuvo vinculado a la colusión de la industria del pollo en Chile, operando como asesor estratégico en un modelo de coordinación entre empresas que terminó siendo sancionado. Y uno de los rostros cercanos al Partido Republicano, Francisco San Martín, ha sido investigado por liderar una organización criminal dedicada al robo y exportación ilegal de cobre. Estos vínculos no son accidentes: revelan un proyecto político que se apoya en actores que ven al Estado no como garante de derechos, sino como un obstáculo para intereses particulares.
Milei, en Argentina, ha desmantelado en meses programas sociales, instituciones culturales y sistemas públicos fundamentales. Su gobierno ha avanzado con represión, desprecio por el Congreso y concentración de poder. Robert Paxton advirtió que los movimientos fascistas muchas veces se originan en democracias frágiles, cuando líderes carismáticos logran convencer a la ciudadanía de que el autoritarismo es la única salida.
En Chile aún existe margen para impedir ese camino, pero Kast representa un riesgo real. Su discurso moderado no es garantía de respeto democrático. Por el contrario, es una estrategia eficaz para instalar un modelo profundamente regresivo. Lo ha hecho apelando a valores como “familia”, “nación” y “autoridad moral”, conceptos que, como analizó Zeev Sternhell, han sido pilares retóricos de los movimientos fascistas a lo largo del siglo XX.
Ambos líderes, Milei y Kast, proponen un orden excluyente. Rechazan la diversidad, minimizan el valor del disenso y promueven políticas que concentran poder y debilitan las garantías democráticas. Uno grita y provoca; el otro se muestra sereno. Pero su objetivo final es el mismo: instaurar un modelo autoritario, elitista y desigual.
No se trata de comparar estilos, sino de advertir riesgos. En contextos de crisis, muchos ciudadanos están dispuestos a cambiar libertad por seguridad. Por eso, Kast no debe ser subestimado. Representa una amenaza directa a los derechos sociales, a las instituciones democráticas y a la posibilidad de construir una sociedad más justa.
Sí: Kast es tan peligroso como Milei, solo que sabe disimularlo mejor.