El negocio de desinformar: prensa y poder en Chile

Chile enfrenta un momento decisivo en su historia política reciente. La ciudadanía está llamada a tomar decisiones fundamentales en un clima cargado de incertidumbre, miedo y polarización. Pero, ¿cómo tomamos decisiones libres e informadas cuando los canales a través de los cuales se nos informa están profundamente sesgados, concentrados y alejados de cualquier compromiso con la pedagogía democrática? La respuesta es dolorosa: no las tomamos libremente. Y buena parte de esa responsabilidad recae en el silencioso pero potente rol de los medios de comunicación tradicionales.

La televisión abierta, las radios nacionales y los grandes conglomerados de prensa parecen actuar como si la ciudadanía fuera una audiencia pasiva, incapaz de analizar, de pensar críticamente o de exigir profundidad. En vez de fomentar el pensamiento libre, presentan discursos preformateados, favorecen ciertas candidaturas y ocultan otras. La pauta noticiosa no surge de la relevancia pública sino de intereses económicos, presiones políticas y narrativas diseñadas para mantener el statu quo.

No es exagerado decir que en Chile, los medios no informan: fabrican realidades. No educan: simplifican. No amplían la democracia: la reducen a un simulacro. Y en esa lógica, el miedo es la herramienta predilecta. La llamada “paradoja de la seguridad” es uno de los ejemplos más elocuentes. Mientras las estadísticas oficiales muestran una evolución compleja y diversa de la delincuencia, los medios instalan, día tras día, una sensación de pánico generalizado. Esta manipulación emocional no es gratuita: está diseñada para favorecer agendas autoritarias y para reforzar liderazgos que ofrecen “mano dura” como única solución.

Personalmente, he optado por dejar de consumir medios chilenos tradicionales. No veo televisión abierta ni escucho radios comerciales. La única excepción que valoro profundamente es la Radio Universidad de Chile. Ahí encuentro análisis crítico, pluralismo real y un esfuerzo genuino por formar una ciudadanía pensante. Es, lamentablemente, una rareza en el desierto mediático chileno. Cada mañana, como acto casi de salud democrática, escucho France Culture, una radio pública francesa que abre el día con análisis políticos, entrevistas de fondo y discusión sobre la actualidad con perspectiva crítica. Un lujo cívico del que Chile carece con urgencia.

No se trata solo de un problema estructural o teórico. En Chile, medios como Radio Biobío, Mega, Canal 13 y El Mercurio operan abiertamente como productores de realidad más que como canales de información plural. Radio Biobío, por ejemplo, bajo una fachada de independencia regional, sostiene editoriales conservadoras y una cobertura desequilibrada de los conflictos sociales. Mega y Canal 13, ambos en manos de grandes grupos empresariales, reproducen narrativas centradas en el miedo, la delincuencia y el orden, distorsionando la percepción pública de los fenómenos sociales. El Mercurio, por su parte, actúa como un actor político histórico, más preocupado de proteger los intereses del gran empresariado que de representar el debate ciudadano. En conjunto, estos medios no amplían el campo democrático, sino que construyen un cerco ideológico que limita el pensamiento crítico y valida solo ciertas visiones del país. No hay ahí pluralismo: hay línea editorial, concentración de poder y una clara vocación por mantener el statu quo.

Esto no es solo un problema de calidad informativa. Es un problema de democracia. Y no soy el único que lo advierte. El sociólogo francés Pierre Bourdieu denunció hace décadas cómo la televisión degrada el discurso público al privilegiar la inmediatez sobre la reflexión. En su obra Sobre la televisión, deja en evidencia cómo los medios no son espacios neutrales, sino campos de lucha donde se reproduce el poder simbólico. El filósofo alemán Jürgen Habermas, por su parte, analizó cómo la esfera pública fue cooptada por intereses privados que impiden el diálogo racional y despolitizan la discusión pública. Y el semiólogo italiano Umberto Eco advirtió cómo los medios de masas construyen una cultura que puede anestesiar la conciencia crítica del público y transformar al espectador en consumidor pasivo.

Estos autores europeos ayudan a entender lo que vivimos en Chile. No es solo que los medios estén parcializados. Es que son actores políticos disfrazados de comunicadores. Tienen líneas editoriales al servicio de ciertos intereses económicos, y actúan en coordinación con élites que temen perder el control del relato. Por eso demonizan el pensamiento crítico, se burlan de la complejidad, ridiculizan las alternativas. Y por eso, también, desincentivan la participación: porque una ciudadanía apática y mal informada es más fácil de gobernar.

La situación es aún más grave cuando se considera la enorme concentración de la propiedad de los medios. Los principales conglomerados controlan no solo diarios y canales de televisión, sino también radios, plataformas digitales y cadenas regionales. En muchos casos, las fronteras entre periodismo, propaganda empresarial y marketing político están completamente borradas. La pluralidad informativa, en este contexto, no es más que una ilusión.

El escenario no es del todo sombrío. Hay medios digitales, proyectos regionales y radios comunitarias que resisten. Hay periodistas valientes, investigadores independientes y audiencias que buscan algo distinto. Pero necesitan apoyo, visibilidad y financiamiento. Es urgente pensar en políticas públicas que fomenten el pluralismo mediático real, que desincentiven la concentración de medios y que promuevan el acceso equitativo a la información. No basta con criticar: hay que construir alternativas.

Mientras tanto, el llamado es a ejercer nuestra soberanía informativa: cuestionar, contrastar, dejar de consumir pasivamente y exigir más. Porque sin medios pluralistas, sin periodismo crítico y sin diversidad de voces, la democracia no es más que una escenografía.

Juan Pablo Pezo Dalmazzo
Juan Pablo Pezo Dalmazzo

Sociólogo y Cientista Político, Licenciado en la universidad de Lyon 2, Maestría y Master en la Universidad de Panthéon, Sorbonne, Paris, Francia.